noviembre 08, 2011

Síndrome de las piernas inquietas

Este trastorno del movimiento de las piernas causa alteraciones del sueño y cansancio acumulado, con el consiguiente deterioro físico y psicológico progresivo
Algunos trastornos del sueño pueden tener consecuencias negativas para la salud. Este es el caso del denominado trastorno del movimiento periódico de las extremidades o síndrome de las piernas inquietas, entidades poco conocidas e infradiagnosticadas. Más de cuatro millones de personas las padecen en España, aunque la incidencia es, con probabilidad, mayor a la registrada. Muchas personas no consultan porque creen que no se las tomará en serio o porque asocian los síntomas a problemas de ansiedad. Es un trastorno neurológico caracterizado por una sensación de desagradable malestar en las extremidades inferiores al permanecer sentado o tumbado.
¿Quién podría pensar que la necesidad de mover de manera continua las piernas fuera en realidad una enfermedad? Pues así es: es el síndrome de las piernas inquietas (SPI). El malestar resulta difícil de precisar: hormigueo, ardor, sensación de que algo trepa por ellas y un irresistible impulso de moverlas, que calma un poco esta sensación, aunque solo por un tiempo breve. Dado que los síntomas surgen en reposo o al acostarse, la mayoría de las personas que padecen el trastorno tienen dificultades para conciliar y mantener el sueño. Esto conlleva agotamiento y fatiga durante el día, con consecuencias negativas en la actividad laboral y en la vida cotidiana.

Síndrome de las piernas inquietas

Las molestias empeoran por la noche y mejoran hacia la madrugada, lo que permite un sueño de mejor calidad. Además del descanso nocturno, ver un espectáculo o los viajes prolongados son otras situaciones que provocan los síntomas. El trastorno es más frecuente en mujeres (60% del total) y en la edad adulta, aunque algunos estudios sugieren que también puede darse en niños. Los síntomas son oscilantes: se alternan periodos de relativa calma con otros sintomáticos. Con el paso del tiempo, las molestias a menudo aumentan.
Los afectados por SPI son más propensos a padecer enfermedades cardiovasculares, digestivas e inmunitarias
Aunque todavía se desconoce el origen exacto del trastorno, algunas investigaciones sugieren un componente genético que altera la transmisión del hierro que llega al cerebro. Esto justificaría que el síndrome se desarrolle con frecuencia en mujeres embarazadas con anemia. Casi en la mitad de los casos, hay más personas afectadas en la familia, lo que sugiere este componente genético. Las personas con la forma hereditaria son, en general, más jóvenes cuando los síntomas comienzan y experimentan una progresión más lenta de la enfermedad.
Determinadas enfermedades crónicas, como la diabetes, el Parkinson o la insuficiencia renal, pueden asociarse al síndrome. Algunos medicamentos, como los utilizados para tratar las náuseas o contra los catarros y las alergias, pueden provocar o agravar los síntomas. Otros implicados son algunos anticonvulsionantes y antipsicóticos. También se sabe que, además de los fármacos, la cafeína, el tabaco y el alcohol pueden empeorar los síntomas.

Consecuencias sobre la salud

El SPI es algo más que un problema incómodo. El trastorno provoca alteraciones del sueño y cansancio acumulado, con el consiguiente deterioro de la calidad de vida. Las personas afectadas muestran deterioro físico y psicológico progresivo, y son más propensas a padecer enfermedades cardiovasculares, digestivas e inmunitarias. Del mismo modo, manifiestan irritabilidad y tienen mayor riesgo de padecer problemas de ansiedad y depresión. Todo ello afecta también a su rendimiento laboral y a sus relaciones sociales e íntimas.
Los afectados tienen más del doble de probabilidades de desarrollar una cardiopatía y el riesgo de hipertensión arterial se multiplica por 2,5 respecto a la población general, según un estudio hecho público en la XX Reunión Anual de la Sociedad Española del Sueño.

Diagnóstico y tratamiento

Hoy en día, todavía no hay disponible una prueba diagnóstica y se recurre a la clínica del paciente. Hay cuatro puntos básicos que ponen sobre la pista: deseo de mover las extremidades, a menudo, asociado con parestesias (sensación anormal o de la sensibilidad general que se traduce en una sensación de hormigueo, adormecimiento, acorchamiento, etc.) o disestesias (sensaciones anormales desagradables); síntomas que empeoran o solo se registran durante el reposo o que se alivian temporalmente con la actividad; inquietud motriz; y empeoramiento nocturno de los síntomas.
En cuanto al tratamiento, si el problema está provocado por una enfermedad (como la diabetes o la anemia), los síntomas mejoran al corregir esta. Para los casos con síntomas poco importantes, se recomiendan ajustes en el estilo de vida, con una buena higiene en los hábitos de descanso y la supresión de alcohol, tabaco y bebidas estimulantes. El ejercicio moderado (preferible en las horas de la mañana) y las técnicas de relajación también resultan útiles.
Cuando los síntomas son importantes, hay varios tipos de fármacos. Los agentes dopaminérgicos, usados para tratar la enfermedad de Parkinson, reducen las molestias y se consideran el tratamiento inicial de preferencia. En los casos con síntomas leves o intermitentes, pueden ser útiles las benzodiacepinas, que contribuyen a que los pacientes tengan un sueño más reparador, aunque no inciden de manera directa en los síntomas. Algunos fármacos anticonvulsivos también son útiles, ya que disminuyen las sensaciones desagradables en las piernas.

MOVIMIENTOS PELIGROSOS DURANTE EL SUEÑO

Experimentar movimientos nocturnos en las extremidades inferiores no significa siempre que se padezca el síndrome de las piernas inquietas (SPI). Hay otra entidad, mucho más común, conocida como trastorno del movimiento periódico de las extremidades, que se caracteriza por movimientos involuntarios (a diferencia del SPI) y bruscos de las piernas durante el descanso nocturno. Ambos problemas pueden darse de forma aislada o conjunta. Una investigación reciente relaciona estos movimientos con una mayor probabilidad de desarrollar problemas cardíacos.
El equipo de científicos estudió a unos 3.000 hombres mayores de 65 años en quienes se realizaron observaciones y registros de la frecuencia de los movimientos involuntarios durante el sueño, así como de los despertares. Casi dos de cada tres hombres realizaban movimientos involuntarios en las extremidades inferiores alrededor de unas cinco veces por hora mientras dormían y algo más de la mitad se despertó al menos una vez por hora. En los cinco años siguientes, uno de cada seis individuos desarrolló algún tipo de enfermedad cardiovascular.
Este estudio pone en evidencia que los hombres que durante el sueño realizaban estos movimientos involuntarios son más propensos a desarrollar enfermedades cardiovasculares. La hipótesis es que tanto los movimientos de las piernas como los despertares nocturnos podrían incrementar la presión arterial y la frecuencia cardiaca, lo que comportaría un riesgo acumulado a largo plazo. Este riesgo se relacionaba de forma directa con los despertares nocturnos, de forma que quienes se despertaban varias veces durante la noche eran más propensos a padecer enfermedades cardiovasculares frente a quienes dormían sin interrupciones.


El entorno familiar, determinante en el desarrollo de los adolescentes

Un buen rendimiento cognitivo en la adolescencia está relacionado con una mayor probabilidad de gozar de buena salud en la vida adulta
Los adolescentes que viven en un entorno que estimula la inteligencia muestran mejores habilidades verbales, matemáticas y de razonamiento. Cuanto mayor es el nivel educativo y ocupacional de los progenitores, mayor es el rendimiento de sus hijos. Además, también se relaciona el buen rendimiento con un propicio desarrollo psicológico y su falta, con problemas cardiacos en la etapa adulta.
  • Autor: Por JOSÉ ANDRÉS RODRÍGUEZ
  • Fecha de publicación: 17 de octubre de 2011

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Los progenitores juegan un papel fundamental en la creación de un entorno intelectual estimulante para sus descendientes. El desarrollo cognitivo de niños y adolescentes no depende solo del ámbito escolar. Uno de los factores más importantes es el nivel educativo y ocupacional de los padres. Así lo asegura un estudio llevado a cabo por investigadores españoles de la Facultad de Psicología de la Universidad de Málaga con la participación de expertos del Instituto Karolinska de Estocolmo, el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) y la Universidad de Zaragoza, realizado sobre 2.161 personas de entre 13 y 18 años, de las provincias de Granada, Madrid, Murcia, Santander y Zaragoza. Los voluntarios pasaron pruebas de inteligencia para evaluar sus habilidades verbales, numéricas y de razonamiento.
Por otro lado, también se analizó el nivel educativo e intelectual de sus padres. Para ello, se clasificaron en tres niveles en función de su ocupación: nivel directivo, trabajadores cualificados, en paro o que se dedicaran a tareas domésticas. Y también se tuvo en cuenta su nivel educativo (educación primaria, educación secundaria o formación profesional o universitaria).

Nivel educativo y ocupacional

Los progenitores con mayor nivel educativo y ocupacional generan un entorno intelectual estimulante en sus hijos, que rinden mejor
La principal conclusión del estudio, publicado en "Psicothema" es que la probabilidad de tener un alto rendimiento cognitivo era mayor en los jóvenes hijos de progenitores con un nivel educativo y ocupacional altos. Los investigadores destacan que los "resultados sugieren que cuando el nivel educativo de la familia, sobre todo el de la figura masculina, está en consonancia con su nivel ocupacional", los resultados son todavía mejores. Además, hay que destacar que la relación entre factores socioeconómicos -como el nivel de educación de los padres y su tipo de trabajo- y el rendimiento intelectual es más evidente en las habilidades verbales.
Por tanto, los progenitores con mayor nivel educativo y ocupacional generan un entorno cognitivo estimulante en sus hijos, que rinden mejor en habilidades verbales, numéricas y de razonamiento. Como señala Ruth Castillo, de la Facultad de Psicología de la Universidad de Málaga y autora principal del estudio, la influencia de los padres sobre la inteligencia de los hijos "se debe en parte a la herencia y en parte al ambiente. Pero resultados como este trabajo permiten corroborar la influencia que pueden tener los progenitores en el desarrollo de sus hijos. Además, la inteligencia no es un concepto estable o estático, ya que puede verse influenciada positiva o negativamente en función de las circunstancias".

Escuela pública o privada

Otro factor que se analizó fue el tipo de escuela al que asistían los adolescentes (privada o pública). Y también se mostró como un factor importante ya que, en general, quienes asistían a una escuela privada acreditaban un mejor rendimiento intelectual que los matriculados en una escuela pública. Aunque los investigadores señalan que este resultado debe ser tomado con cautela, ya que el número de jóvenes que participaron en el estudio y provenían de escuelas privadas fue mucho menor (176 adolecentes) que los que estudiaban en una escuela pública (1.985).

Informe PISA

Los resultados de este estudio están en consonancia con el Informe PISA, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que mide las competencias en lectura, matemáticas y cultura de jóvenes de 15 años de diferentes países. Según este informe, el estatus social, económico y cultural de las familias influye de una manera muy relevante en el rendimiento educativo de los adolescentes. En el Informe PISA 2009, los alumnos españoles de colegios privados obtuvieron mejores puntuaciones en comprensión lectora, competencia matemática y competencia científica que los de la escuela pública.

RENDIMIENTO INTELECTUAL Y SALUD

Un buen rendimiento intelectual durante la infancia y la adolescencia no es necesario solo para conseguir avanzar en los estudios o en la carrera profesional. Numerosas investigaciones señalan que los niños y adolescentes que muestran un mejor rendimiento cognitivo y escolar tienen una mayor probabilidad de gozar de buena salud durante la vida adulta. O, dicho de otro modo, niveles bajos en la infancia y la adolescencia pueden ser un predictor de problemas de salud en la adultez.
Esta relación se ha visto en el ámbito de la salud psicológica, ya que los adolescentes que tienen un buen rendimiento disfrutan de una buena autoestima, pilar imprescindible para el adecuado desarrollo psicológico de una persona. Y también se ha comprobado en la salud física, pues un rendimiento intelectual pobre en la infancia está asociado con problemas de corazón más tarde.